La Gaceta

Nunca tan fácil

Por Nicolás Hochman

Me parece que nunca fue tan difícil ser vanguardista como ahora. Tal vez pienso así porque me estoy volviendo viejo, y la vanguardia es cosa de jóvenes, pero creo que tiene que ver por lo menos con tres cuestiones que están muy ligadas entre sí, o que son la misma pensada desde distintos puntos de vista.

La primera es que vivimos en una época en la que pareciera que está todo permitido. No lo digo como una queja, sino en el sentido de que en las últimas décadas se fueron cayendo o erosionando o derribando los temas que antes eran tabú, y que el arte fue yendo en contra de cada una de las aristas morales que son propias de cada sociedad. Que aparezca la cultura de la cancelación es parte de ese mismo movimiento: es la necesidad de mucha gente de poner un freno, de marcar un límite entre lo que se puede decir y lo que no. Y para que haya vanguardia tiene que haber límites, porque es justamente ahí donde el arte puede romper con algo

y posicionarse como vanguardista.

La segunda es que la inmediatez y la democratización que permitieron las redes sociales generan un doble efecto: podemos mostrarlo y verlo todo, y entonces todo queda en un plano muy parejo, que dificulta la irrupción. El flujo de información que manejamos es tanto y tan veloz que lo vanguardista tiende a perderse o diluirse, porque no hay tiempo de que melle lo establecido, al menos como estuvimos acostumbrados hasta el siglo XX.

La tercera es que, me da la sensación, ya no existe como antes ese enfrentamiento entre crítica y mercado. No es que sean cosas contradictorias, pero históricamente hubo una oposición que de algún modo fue marcando agendas y llevando a los artistas a definir dónde estaban parados. Con el paso del tiempo el mercado fue entendiendo que aun en los movimientos más disruptivos hay un nicho posible, que hasta lo más extremo puede generar ganancia, y entonces se adaptó a las necesidades, los deseos, las estéticas, las ideologías de los consumidores, que somos todos. Ese capitalismo camaleónico es funcional y disfuncional para las vanguardias. Funcional en el sentido de que les da visibilidad a obras que en otro momento hubieran sido rechazadas por los medios, los museos, las editoriales, etcétera. Disfuncional en el sentido de que una vanguardia que cuenta con apoyo estatal o empresarial es una vanguardia que inevitablemente queda condicionada y afectada por intereses, políticas y formas que no le son propias.

En síntesis, lo que creo es que en este momento los artistas tienen condiciones óptimas (si es que eso existe) para crear. Que el mercado, la crítica, la academia, los medios y las redes sociales están abiertos, expectantes y sedientos del surgimiento de vanguardias para poder apropiárselos. Y que lo que eso genera es un adormecimiento y una comodidad que vuelven difícil cualquier estallido que se sostenga como vanguardista en el mediano plazo.

LITERARIA

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2021-05-16T07:00:00.0000000Z

2021-05-16T07:00:00.0000000Z

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Diario La Gaceta