La Gaceta

Robo “triple d”: cuando te ampara la nada

DANIEL SALVADOR

Nunca creí que llegaría a escribir sobre un robo en primera persona. Si bien vinieron a mi memoria otros hechos –y que fueron tantosen los últimos 25 años que vivo en mi nuevo barrio, también relacioné el hecho con aquellas quejas por la seguridad que escuché a diario y casi naturalizadas, y traté de compararme exactamente con el sentimiento de las víctimas de arrebatos, robos, hurtos, descuidos y “otros ítems” del lenguaje policial para referirse a los actos delictivos.

Nadie se resigna a perder parte de un patrimonio obtenido en base a sacrificios económicos, y ahí es donde la palabra inseguridad en el contexto democrático de la convivencia social, aparece como la primera sensación de la “triple d”. Y es el “desequilibrio”. La cordura de evaluar sin violencia los casos de terceros desaparece y se convierte ese “robo propio” en enojo, rabia y hasta malos instintos con sed de venganza.

Inmediatamente la parte de la interpretación de la inseguridad es acompañada por otra sensación que es la de un ser “debilitado” o dueño de una impotencia que lacera el orgullo ante tanta agresión y daño, porque sabés que nada se reparará ni será igual que antes. Es que se depende de terceros y, como el interés por justicia no es real, pocas veces se recupera lo perdido.

Pero lo impensado de todo es la tercera “d”, la del “desamparado”, la peor experiencia que pude pasar. Ello ocurrió cuando la inseguridad decidió trasladarse a mi domicilio, y en el afán de buscar amparo a la violación de mi propiedad, recurrí a la Policía, que nunca atendió mi caso, ni tampoco los llamados telefónicos al ponderado 911.

Entonces, vale para esta versión en primera persona la “triple d”, que se resume en “desequilibrio, debilidad y desamparo”. Y así se explica en los hechos: no había nadie a las 4 de la mañana para cuidar la calle y evitar que dos o tres personas entraran al garaje de mi casa y robaran mis pertenencias; salí a buscarlos por los alrededores porque lo sustraído era pesado y volví frustrado y con mucha bronca. Y la sensación que no me dejó dormir, llegó por la desprotección. El responsable de darme seguridad, la Policía, nunca llegó a mi casa por tener que “atender el caso de una detención”, como si mis derechos no valieran, al menos esa denuncia denegada. Y en medio de esa nada, otra nada con el último pedido de auxilio al 911, cuyo timbre de llamado nunca dejó de sonar.

OPINION

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2021-06-21T07:00:00.0000000Z

2021-06-21T07:00:00.0000000Z

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